sábado, 10 de mayo de 2008

Editorial Trinchera Ganja 2 Edición

Hoy, como hace setenta años, para mantener sin respiro al planeta y sin sosiego a la humanidad, la prohibición se endurece con el propósito de reducir índices de desempleo en las ciudades, solventar la caja menor de la policía y alimentar la economía global del narcotráfico que engorda a tantos militares, policías, políticos y mafiosos en Colombia. Insignes representantes del tabú y la mentira, como el presidente Uribe y monseñor Castro, calibraron sus armas de fuego contra el “libertinaje de la dosis personal”, y por ende, contra la decisión soberana de más de un millón de pieles verdes consumidorxs de marihuana que existimos en Colombia, según los datos del gobierno.

Después de treinta años de fumigaciones y guerra contra las drogas el consumo mundial no ha disminuido. Por el contrario, las áreas cultivadas con coca en Colombia han aumentado progresivamente, así como la fabricación de cocaína. La fumigación aérea es un arma de guerra utilizada para atacar las finanzas de los grupos armados, y para envenenar sin piedad a comunidades humanas, fuentes de agua y de alimento cercanas a las áreas de cultivo. Las cantidades y concentración de esta arma química llamada glifosato fabricada por Monsanto, han sido recalibradas para fumigar incluso, fuentes protegidas de biodiversidad como los Parques naturales.

El régimen ha combatido la producción de drogas con armas y deuda externa que compramos a los EEUU, pero también con decretos que prohíben la elaboración de cualquier producto medicinal o alimenticio derivado de “plantas prohibidas”, como el impuesto a comienzos de 2007 por INVIMA y la Dirección Nacional de Estupefacientes a las iniciativas de desarrollo indígena del pueblo Nasa basadas en elaboración de productos alimenticios de hoja de coca (bebidas aromáticas y gaseosas, pomandas medicinales, vino, galletas). Además, cuando el dinero que financia la guerra se agota, reprimir a consumidorxs no viene mal.

A pesar del fallo de la Corte Constitucional en 1994 que decretó que la penalización de la dosis personal vulneraba la dignidad humana, la autonomía de la persona y el libre desarrollo de la personalidad, el gobierno de Uribe anunció que presentará al Congreso una propuesta de reforma constitucional que autorice la sanción de la dosis personal de droga. Su primer intento fue un referendo en el 2002 que no encontró suficiente apoyo popular; el segundo, un proyecto de ley hundido por sus propios partidarios en el Congreso en el 2006. Ni siquiera los fallos administrativos que ordenaron suspender las fumigaciones han sido respetados. El reciente giro hacia la erradicación manual obedece más al juego de intereses económicos y políticos del gobierno, desesperado por el agotamiento de los recursos del Plan Colombia y por la aprobación del TLC, que por la atención al daño causado irresponsablemente sobre la natura y la vida humana.

Rechazamos entonces, y cuantas veces sea necesario, toda intromisión abusiva y asesina del poder sobre nuestros cuerpos, nuestra conciencia, nuestra comunidad y nuestro planeta. Rechazamos la ignorancia impuesta por una prohibición hipócrita que alimenta intereses económicos foráneos y defeca daño ecológico, muerte y estigma social en Colombia. Esta trinchera ganja de plones, sueños y canciones la seguiremos cavando para comunicar el problema social generado por la prohibición de plantas y sustancias sicoactivas, y para construir un presente común con personas de carne, hueso y espíritu que, reconociendo su diferencia y la de otrxs, desde la experiencia, con amor y respeto por la vida, decidieron autogestionar la vida sin intermediarios, cavando trincheras, carburando conciencia y sembrando cultura.

Saludamos y apoyamos a todos los parches que con el gûiro encendido buscan una fuente modificadora para la conciencia ordinaria, un elemento milenario de arraigo a la cultura o un factor de organización y movilización para construir la vida común.